Y por el otro, pues es un domingo que sigue a todos los otros domingos...
Hace muchos domingos que nos tomamos un tiempo para hablarnos. Son los suficientes como para preguntarme a veces si han existido domingo en que no estuvieras.
Suena cursi. Soy cursi. Muchas de las cosas que nos decimos por teléfono cada noche desde hace un tiempito serían suficientes para ocasionarle un shock de glucosa a cada diabético del mundo.
En algún momento llegué a pensar que había demasiadas cosas que no podía decirte, porque no sabia lo que pensarías si las oyeras, o leyeras. Algunas están ahí, puestas en cartas sin terminar, que leerás igual porque son tuyas. Pero tengo que admitir que eran las cosas que tenía atracadas en la garganta y en la mente, las que me hacían pensar que no podía seguirte escribiendo sin ser completamente honesto, o tratando de esconderlo.
Resulta que ahora nuestra conversación está invadida de esas cosas. Aparentemente sin importancia, sin la trascendencia de saber de donde venimos y a donde vamos. Pero fundamentales.
Las que hablan de cariño, de contento; las que hacen sonreír junto a la certeza de lo que existe, incluso cuando no se pronunciar. Las que están en esa llamada, cuando me doy cuenta que sonríes aunque no esté a tu lado.
Me gusta escribirte un mensajito en la mañana, para comenzar el día, amor.
Pero es mucho más importante que todos los mensajitos del mundo juntos en un solo lugar saber que, igual que yo, esperas que suene el teléfono con alegría. Que no debemos temer a una llamada, que hemos vuelto seguras todas estas cosas.
Te quiero, y eso seguirá diciéndose en el próximo mes de llamadas telefónicas y mensajes de texto. Lo importante será -como siempre- que sabemos que tras cada una de esas palabras hay un corazoncito recién sanado, dispuesto a sentir mucho, mucho más.
Te vuelvo a querer.
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