¡Vaya una aventura!
Levantarse a esas horas simplemente para estar contigo unos minutos más. En realidad no debías verme. Sólo al sobrecito forrado en fucsia.
Pero bueno: -y me lo estuve repitiendo todo el rato- la suerte es para los audaces.
Me salí de mi casa tempranito, con el abrigo que no usaba hace mil de años.
Crucé tranquilito la pista para tomar mi combi. La verdad, a esa hora demora lo mismo que un taxi y cuesta la quinta parte, hehehehe.
Llegué a un terrapuerto en plena limpieza, desperezándose apenas del día anterior. Y nadie sabía darme razón de tu bus. Incluso un tipo me aseguró que ambos, 8 y 8.30, ya habían llegado.
Porfió un rato, pero uno aprende con el tiempo a confiar en los counters y no en los empleados del terminal.
Me preguntaban como te verías, y la verdad, sólo atiné a decir que tendrías ojos inmensos y preciosos y una sonrisa grandota y linda.
Me preguntaban porque debía encontrar la manera de poner el sobrecito forrado en fucsia en otras manos, y desaparecer. Así operan las sorpresas.
Pero al final, cuando el bus finalmente llegó, y bajaste primerita y te ví entrar en el Salón VIP... no pude con mi genio.
Y sonreiste, amor.
No preguntaste, ni te hiciste problemas. Simplemente viniste y me abrazaste.
No existió más la mala noche o el sueño quebrado, o el friecito de más temprano. Todo lo reemplaza el olorcito tuyo pegado a mis manos, como siempre.
Te amo, Andrea, y a veces una forma de hacerlo ver es simplemente diciendo el primer hola cuando llegas a la ciudad.
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